En un mundo donde más de la mitad de la población sufre alguna patología crónica, como hipertensión arterial o enfermedades autoinmunes, la ciencia ha comenzado a observar la conexión entre estos trastornos y las experiencias traumáticas. La ansiedad, depresión, trastornos de estrés postraumático y las adicciones tienen, en muchos casos, un origen común en el trauma y el estrés crónico. Esto se refleja en la desregulación del sistema nervioso autónomo (SNA), responsable de regular funciones vitales como la respiración, el latido del corazón y la respuesta al estrés.
El SNA es un sistema de alerta que supervisa constantemente el entorno en busca de señales de seguridad o peligro. Puede responder de tres maneras:
- Estado de seguridad, donde la persona se siente calmada;
- Estado de movilización, que prepara al cuerpo para enfrentar amenazas;
- Estado de inmovilización, donde el cuerpo se “apaga” ante peligros ineludibles.
Un SNA saludable fluye entre estos estados sin problema, pero el trauma puede causar que este sistema se quede atascado en modos de supervivencia, interpretando erróneamente situaciones no amenazantes como peligrosas.
Regulación del Sistema Nervioso Autónomo
Este fenómeno puede explicar por qué personas con antecedentes de trauma experimentan una sensación de alerta constante, o por qué actividades cotidianas pueden parecer amenazantes. Estudios, como el realizado por Kaiser y el CDC, revelan que las experiencias adversas en la infancia están directamente relacionadas con problemas de salud a largo plazo y una disminución de la esperanza de vida.
Fortalecer y regular el SNA después de experiencias traumáticas es crucial. Se ha demostrado que el apoyo social y la co-regulación, donde el estado emocional de una persona puede estabilizar o desestabilizar a otra, juegan un papel esencial. Terapias innovadoras y actividades como el yoga o el tiempo en la naturaleza también contribuyen a la resiliencia y regulación del SNA.
Entender cómo el trauma afecta el sistema nervioso no solo es fundamental para tratar y prevenir enfermedades crónicas, sino también para mejorar nuestra capacidad de conectar con otros y vivir una vida más saludable y plena. Trabajar en sanar los traumas puede ayudar a romper ciclos de problemas sociales y llevarnos hacia un futuro más seguro y conectado.